Descubrimiento, vida y compromiso.
Lo más grande fue descubrir que al crear, alguien me hacía indicaciones. Era como la flecha amarilla del camino de Santiago. Me indican el rumbo. Al materializar esas indicaciones, la energía con la que las esculturas resuenan, se convertía en felicidad para otras personas. Metían en sus hogares luz. Vibración adimensional.
Desde el momento en que agarré el barro entre mis manos empezaron mágicamente a salir figuras que llamaban la atención de unos padres a los que veía poco. Yo era la quinta y última de una familia que amaba, vivía y experimentaba el arte. Por entonces. Mi madre, cuando debía yo tener 9 años, me llevó con ella a comprar cerámica de talavera. Me regalaron un montón de arcilla, y la gozada que me produjo modelar fue del todo plena al ver que todo el mundo aplaudía el talento que parecía ser. Mi madre fue la primera en sorprenderse e indicar a mi padre que observara lo que había hecho. Una brutal cabeza que era todo nariz pero que transmitía mi gran habilidad. Estuvieron de acuerdo en que la “peque” tenía una facilidad fascinante. Creo que no dormí en una semana.
Se me hinchó el pecho como a un pavo. Y el corazón parecía que iba a explotar de lo acelerado que estaba. Había nacido en mi la escultura.
Soy escultora porque…
Mi abuela Carmen Zabalburu era escultora. Los veranos nos íbamos todos los hermanos a una casa grande de mis abuelos en el pueblo de Berango, Vizcaya. Durante tres meses todos los primos habitábamos aquel caserón. Mis abuelos eran los capitanes, nosotros los soldados. La abuela era la más divertida. Jugaba con nosotros. Nos quería mucho. Y nosotros a ella. El abuelo era más serio. Ella y la persona que ayudó a cuidarme Antonia, fueron las que me dieron amor en la infancia.
Las dos tenían un corazón inmenso, y son hoy en día mi inspiración y ángeles de la guarda.
Soy escultora porque…
Ha sido magia siempre que han querido comprarme una escultura. Es difícil comprender que alguien quiere convivir con un objeto que se ha fraguado en tu corazón. La sensación infantil de aquel éxito a los 9 años se repite con el mismo entusiasmo cada vez que veo que tengo la capacidad para hacer felices a personas que colocan piezas mías en sus casas o espacios.
Esa felicidad es la única paz que a día de hoy exige mi ser. Es un compromiso de amor.
Soy escultora porque…
Ese compromiso se puso a prueba tras la crisis del 2008, atravesando desiertos y penurias. Han pasado años…, incluso llegué a abandonarlo. Entonces comprendí, mientras me autodestruía, que la única vida que puedo vivir es la de una escultora.
Hoy me estoy renovando. Trabajo y aunque hay días duros, todo indica que la inercia de la curva es ascendente. Siento que tira de mí el compromiso…. He de confiar un poco más. Y hacer más músculo, pero oigo voces que me lo piden a gritos. Voces de mis ángeles, de mis hijos, de mi salud deteriorada tras el desierto, de lo más grande que está en el cielo.
De todas las personas a las que puedo acercar, la sensualidad, el tacto…y el calor del amor que pervive simultáneamente en todos nosotros.. Que así sea.
Soy escultora porque…
Hay años, meses, días fríos envueltos en niebla. Pero he aprendido a cambiar la dirección de mi mirada tornándola hacia adentro. Ahí encuentro descanso, calor, refugio y luz. Instalada en esa paz, miro por la ventana a la vida, sintiendo una confianza que no es mía. Es la que Dios me da. Con su calor abro las puertas de mi hogar y salgo para contaros que la belleza existe.
Porque jugando con un trocito de barro, piedra, vidrio, se puede hacer magia y trasladaros a una dimensión en donde no hay dudas ni temor. Sólo belleza, certeza y verdad.
Soy escultora porque…
El covid19 nos ha arrebatado de los brazos a muchos seres queridos. El sonido de ese portazo ha retumbado en nuestros corazones con un sonido sordo y silencioso.
En este parón terráqueo, metidos todos en casa, como castigados, ojalá se hayan resintonizado nuestras frecuencias mentales, que sonaban muy alteradas, llenas de ruidos, prisas y confusiones. Sería posible pues, que hayamos sentido la llamada de los latidos de nuestro corazón que golpeaba nuestro pecho, pidiendo auxilio…
Poco a poco, antes de la pandemia, yo había ido abandonando la herramienta de trabajo…no había demanda. Sólo había crisis. Y más crisis. La arena del desierto cubría ya mi cuerpo, pero paró el viento. Un bicho había paralizado al planeta. En la cuarentena empecé de nuevo a tocar materia…, a trabajar. Todo el mundo se activó, pintando mesas. Usando las manos. Como niños. Había que vencer el encierro y el aburrimiento de la inactividad.
Hoy casi, casi, además de haberme salvado del bicho, he conseguido sacudirme la arena del desierto, y trabajo con pasión y sin descanso. Con nuevas estrategias, y con muchas esperanzas. Disfrutando de cada día.
La luz hacia la que camino no es de este mundo. El camino es una cuesta arriba. Pero cada día sigo sintiendo el resplandor detrás de la montaña.
Muy pronto podréis conocer todo mi trabajo y su disfrute a través de estas modernas redes que nos globalizan el mundo.
Gracias.